sábado, 16 de marzo de 2013

Yo soy un mal ejemplo


Me preguntaban qué opino del conflicto docente. 
Yo fui a la escuela pública, al secundario público, e hice mi carrera terciaria en un instituto público.
Fui a escuelas de campo y vi a las maestras hacer pedazos sus autos particulares para llegar a dar clases. Las vi llegar a la escuela a dedo. Las vi ir a dar clases en los camiones lecheros. Las vi ir a dar clases (en Román Baez, por ejemplo) en una "zorra" del ferrocarril, en pleno invierno...
Tuve maestras que se quedaron fuera de hora para explicarme algo que no entraba en mi cabezota alérgica a las matemáticas.
Tuve maestras que al ver que amaba la literatura y no estaba en condiciones de adquirir libros, me hacían fotocopias de los suyos o directamente me los regalaban.
Tuve profersoras que empleaban parte del tiempo que tenían para estar con sus familias en armar apuntes y trabajos para mí.
Ya en el ISER tuve profesores que iban a dar clases sólo por amor a su trabajo, porque cobraban un sueldo insignificante que no aumentaba desde los '90.
Pero todo eso, que parece mucho, también puede significar nada para aquellos a quienes sólo les parece importante y digno el trabajo que ELLOS hacen.
En ese caso, hablo del trabajo que YO hago: Ejerzo una profesión que es permanentemente ninguneada y vapuleada de todas las formas posibles, justamente por no haber luchado nunca, por no haber reclamado, por que somos pocos y nuestras protestas no pesan, porque somos reemplazables. 
Los locutores somos el ideal de los que quisieran que cada docente se conforme con lo que tiene y vuelva calladito a dar clase:
- De los centenares que cada año logramos un título, sólo un puñado de elegidos logran un trabajo formal.
- De esos pocos elegidos, ninguno cobra lo que debería, la mayoría trabaja más horas de las pactadas, y las empresas se dan el lujo de despedirnos cuando quieren, sin ningún miramiento.
- Muchos locutores que fueron las voces que acompañaron a varias generaciones hoy están en la calle, mendigando, literalmente, porque nunca tuvieron beneficios previsionales, ni se los reconoció, y en cambio se los descartó sin que nadie dijera una palabra apenas llegó carne joven a reemplazarlos.
- El Estado nos emplea sólo si tiene ganas. La mayoría de las veces cubre los cargos en los que debería haber locutores con amigos suyos que apenas si pueden hablar, y hasta se da el lujo de contratar para sus proyectos a voces de otros países (El canal Tecnópolis, por ejemplo). 
- Tenemos un título, sí, pero como nadie presiona para que la ley se cumpla, cualquiera que se anime a agarrar un micrófono hace lo mismo que nosotros por menos plata o por mucha más, sólo por tener una cara bonita o pocos escrúpulos.
- Nadie controla en qué condiciones trabajamos o dejamos de hacerlo. Somos profesionales tratados como meros aficionados.
Nosotros somos el mejor ejemplo de lo que pasa cuando uno se sienta a esperar que las cosas pasen. 
Somos un mal ejemplo.
No creo que nadie quiera que los docentes sean como nosotros. Y si no quieren ser como nosotros, no les queda otra que reclamar. Y si la manera de que los escuchen es haciendo un paro, tendrán que parar. Y si ese paro nos molesta a nosotros, a los grandes, ya sea por que nos preocupa la educación de los chicos o porque necesitamos que alguien se haga cargo de ellos por un rato, tendremos que pedirle a los gobiernos que hagan algo. 
Tendremos que enojarnos con los que resuelven sus problemas políticos internos tirándose entre ellos la educación de nuestros chicos como si fuera un trapo sucio, jugando a la mancha con el futuro de nuestro país.

Digo eso, nomás... ¿Hace falta decir qué opino?



Damián Scarlassa

No hay comentarios:

Publicar un comentario