miércoles, 5 de noviembre de 2014

El egoísmo como vector de contagio

Comparto dos cosas que dije la semana pasada en ‪‎Viaje A la Realidad‬, pensando en voz alta, a raíz de una charla que tuvimos con un amigo sobre el ‪ébola‬, (ese virus que parece haber sido descubierto en estos meses, pero existe desde hace décadas): La primera es que ya es hora de que se deje de pensar en los brotes de cualquier enfermedad contagiosa como si fuera algo que les pasa a otros, allá lejos. El mundo cambió y las fronteras sólo están en los mapas y en las cabezas de los poderosos, pero los virus las desconocen cada día más. Tampoco existen las distancias: Alguien puede estar ahora contrayendo un virus en Africa y en cuestión de unas pocas horas desembarcará en cualquier otro punto del globo para propagarlo. Por eso, si hay un virus altamente contagioso, el problema no es de un país, sino del mundo. No deberían hacer falta largos debates para que los países más desarrollados manden ayuda, porque el problema también es de ellos, les guste o no.
Y en línea con eso va lo otro: Me parece que esta, como la gran mayoría de las epidemias, son hijas de los virus más viejos de todos: El hambre, la pobreza, la marginación, que son a su vez el espacio ideal para la propagación de cualquier enfermedad. Todos esos problemas, y el egoísmo de un sistema que tiene con qué contrarrestar cada una de las problemáticas, y no lo hace porque su prioridad es defender sus tesoros. 
La tendencia de los países más poderosos es a olvidarse de ese detalle y encarar el problema como si se tratara de un castigo divino, más que la consecuencia de un sistema que necesita generar pobreza para sostenerse. Ellos tienen la responsabilidad de hacerse cargo de enviar ayuda, medicamentos, asistencia, lo que haga falta... Y los que lo vemos por TV tenemos que dejar de creer que cuando lo hacen se trata de un gran acto de solidaridad, porque no lo es. Por el contrario: Es una respuesta tardía y siempre insuficiente para un problema del que son responsables todos los países poderosos del planeta; por la culpa que les cabe en el hambre, en la exclusión, en la pobreza, en el analfabetismo, en las guerras infinitas. Y como una manera de "pagar" por las vidas de privilegio que vive una pequeña minoría gracias a la desgracia de tantos.
Y lo que viene después del virus, tampoco parece ser un problema de nadie, salvo de países donde hay un médico cada 100.000 habitantes. En esos países habrá una generación que -además de todos los padecimientos que llegan con la pobreza- habrá vivido la horfandad masiva, la discriminación y la segregación por ser hijos de víctimas del ébola, y la falta de contención ante estas realidades. 
Una verdadera fábrica de odio, por cierto. Un odio del que, como siempre, nadie se va a hacer cargo. 
Pero no: La noticia que domina las tapas de los diarios sigue siendo que el virus llega al primer mundo, como si sólo en ese momento las cosas se empezaran a volver preocupantes. 
Mientras haya países en los que la mayoría de los habitantes no tiene acceso al agua, o a una alimentación digna, o a una educación básica, etc. el mundo estará en peligro. 
Una vez más, el oegoísmo como raíz de todos los males.

jueves, 19 de diciembre de 2013

Simulacro de guerra

Este mundo, chiquito y desgastado como está, sigue siendo nuestro mundo. Pero "nuestro" quiere decir "de todos los que lo habitamos". Luchamos por abolir las tiranías de los hombres sobre los hombres, pero no dejamos de tiranizar a nuestros hermanos, los animales, creados por el mismo Dios -para los que creen- o por la misma naturaleza -para los que no. 
Nos dicen que nuestra especie "evolucionó" porque dejó de lado la "animalidad", pero eso es mentira. No existirá una evolución real hasta que podamos hacer lo que queramos sin afectar a las demás especies. 
Y la verdad es que nunca tuvimos eso como prioridad. Los esclavizamos, los matamos por placer, los torturamos sólo por divertirnos, los condenamos a vivir dentro de las normas y rutinas humanas en las grandes ciudades, los humillamos enseñándoles a actuar como hombres, cuando su naturaleza es libre con una libertad de la que nosotros ya ni siquiera tenemos memoria. Son nuestra compañía, ahora que nuestra avaricia y nuestra sed de dominio nos dejaron solos. Son nuestros buscadores de bombas ahora que sembramos de minas terrestres el mundo. Son nuestros probadores de medicinas, ahora que enfermamos el mundo. Son nuestros payasos tristes encerrados tras las rejas de los zoológicos. 
Y entre tantas otras cosas, también serán nuestros bufones cuando juguemos a la guerra haciendo explotar bombas de mentira para celebrar que se termina un año y empieza otro. La ciudad, vista desde lejos, parecerá estar bajo un ataque aéreo, y los perros correrán desesperados sin encontrar un lugar donde estar a salvo de esa aplastante artillería. Otros, permanercerán anestesiados, como muertos, en algún rincón, confundidos, angustiados, pero inmóviles, drogados y tristes para que los de la especie dominante jueguen a ser felices. La ciudad, vista y oída desde la distancia, no será muy diferente de la imagen de los bombardeos que tantas veces condenamos, sólo que por alguna extraña razón inexplicable -salvo que le preguntemos a los que ganan fortunas con este espectáculo- ahora esa imagen nos parecerá maravillosa, divertida, festiva. 
Al día siguiente, mientras la gente duerme y los vendedores de bombas de juguete cuentan la plata que ganaron, nuestros perros, andarán perdidos, confundidos, sin rumbo. Sí: como andaban algunos de los sobrevivientes del atentado a la AMIA, muchas horas despues de la detonación, shockeados, sin saber ni sus nombres ni las direcciones de sus casas. Como andaban los sobrevivientes del atentado a las torres gemelas, sin entender, mirando a la nada, buscados por familiares de los que ellos no podían recordar más que una maraña desordenada de imágenes quebradas por el estallido de una explosión colosal. Como andan los sobrevivientes de todos los actos que, de tan violentos, superan  la capacidad de entenderlos. Entonces la mente se bloquea, porque no puede procesar una crueldad de tal magnitud. Andarán en cuatro patas y no en dos, pero igual de desconcertados, caminando por cualquier lugar, perdidos. 
Mientras tanto, nosotros celebraremos un año más. 
Un año más... contando, no desde que se creó el mundo... No desde que el primer hombre amó ni desde que la primera mujer fue amada... 
No: Celebraremos un año más de nuestra cultura cristiana en la que -supuestamente- amar al prójimo es lo más importante después de amar a Dios. Claro que ese prójimo tiene que caminar en dos patas, saber hablar y -por qué no- disfrutar con un simulacro de guerra estallando a su alrededor...

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sábado, 16 de marzo de 2013

Yo soy un mal ejemplo


Me preguntaban qué opino del conflicto docente. 
Yo fui a la escuela pública, al secundario público, e hice mi carrera terciaria en un instituto público.
Fui a escuelas de campo y vi a las maestras hacer pedazos sus autos particulares para llegar a dar clases. Las vi llegar a la escuela a dedo. Las vi ir a dar clases en los camiones lecheros. Las vi ir a dar clases (en Román Baez, por ejemplo) en una "zorra" del ferrocarril, en pleno invierno...
Tuve maestras que se quedaron fuera de hora para explicarme algo que no entraba en mi cabezota alérgica a las matemáticas.
Tuve maestras que al ver que amaba la literatura y no estaba en condiciones de adquirir libros, me hacían fotocopias de los suyos o directamente me los regalaban.
Tuve profersoras que empleaban parte del tiempo que tenían para estar con sus familias en armar apuntes y trabajos para mí.
Ya en el ISER tuve profesores que iban a dar clases sólo por amor a su trabajo, porque cobraban un sueldo insignificante que no aumentaba desde los '90.
Pero todo eso, que parece mucho, también puede significar nada para aquellos a quienes sólo les parece importante y digno el trabajo que ELLOS hacen.
En ese caso, hablo del trabajo que YO hago: Ejerzo una profesión que es permanentemente ninguneada y vapuleada de todas las formas posibles, justamente por no haber luchado nunca, por no haber reclamado, por que somos pocos y nuestras protestas no pesan, porque somos reemplazables. 
Los locutores somos el ideal de los que quisieran que cada docente se conforme con lo que tiene y vuelva calladito a dar clase:
- De los centenares que cada año logramos un título, sólo un puñado de elegidos logran un trabajo formal.
- De esos pocos elegidos, ninguno cobra lo que debería, la mayoría trabaja más horas de las pactadas, y las empresas se dan el lujo de despedirnos cuando quieren, sin ningún miramiento.
- Muchos locutores que fueron las voces que acompañaron a varias generaciones hoy están en la calle, mendigando, literalmente, porque nunca tuvieron beneficios previsionales, ni se los reconoció, y en cambio se los descartó sin que nadie dijera una palabra apenas llegó carne joven a reemplazarlos.
- El Estado nos emplea sólo si tiene ganas. La mayoría de las veces cubre los cargos en los que debería haber locutores con amigos suyos que apenas si pueden hablar, y hasta se da el lujo de contratar para sus proyectos a voces de otros países (El canal Tecnópolis, por ejemplo). 
- Tenemos un título, sí, pero como nadie presiona para que la ley se cumpla, cualquiera que se anime a agarrar un micrófono hace lo mismo que nosotros por menos plata o por mucha más, sólo por tener una cara bonita o pocos escrúpulos.
- Nadie controla en qué condiciones trabajamos o dejamos de hacerlo. Somos profesionales tratados como meros aficionados.
Nosotros somos el mejor ejemplo de lo que pasa cuando uno se sienta a esperar que las cosas pasen. 
Somos un mal ejemplo.
No creo que nadie quiera que los docentes sean como nosotros. Y si no quieren ser como nosotros, no les queda otra que reclamar. Y si la manera de que los escuchen es haciendo un paro, tendrán que parar. Y si ese paro nos molesta a nosotros, a los grandes, ya sea por que nos preocupa la educación de los chicos o porque necesitamos que alguien se haga cargo de ellos por un rato, tendremos que pedirle a los gobiernos que hagan algo. 
Tendremos que enojarnos con los que resuelven sus problemas políticos internos tirándose entre ellos la educación de nuestros chicos como si fuera un trapo sucio, jugando a la mancha con el futuro de nuestro país.

Digo eso, nomás... ¿Hace falta decir qué opino?



Damián Scarlassa

viernes, 28 de diciembre de 2012

Negros de alma

Alguien lo soltó, y se me quedó mirando, como a la espera de una respuesta del tipo de "claro, sí, tenés razón".
Yo no pude romper el silencio por unos segundos, porque no quería creer que ese amigo (a quien hasta ese momento daba por inteligente) hubiera dicho eso refiriéndose a otra persona: "Qué querés si es un negro... negro de alma, digo..."
No le contesté (La respuesta la debe haber leído en mi cara) porque para hacerlo tenía que decirle varias cosas.
Son estas cosas:
A ver si nos entendemos de una vez: No existen los "negros de alma" y los otros.
Negro es negro.
Si usás la palabra "Negro" como insulto, no importan todas las aclaraciones que le sumes después: estás relacionando el color de piel de alguien con algo que te parece mal. Me molesta muchísimo cuando se usa ese término, y no por ser yo morocho, si no por lo siguiente:
¿Se pusieron a pensar alguna vez de dónde sale el término "alma negra" que tantos repiten como loros? ¿Para qué le sirve al que lo inventó?
Le sirve para que en el inconsciente de toda una sociedad (la nuestra) queden relacionados los dos conceptos NEGRO=PERVERSO.
Pero en nuestro país son muy pocos los afroamericanos, (los negros de verdad, si es que hay un medidor de negruras).
Entonces: ¿Quiénes son esos "negros de alma" a los que les debemos tantos males que nos pasan a nosotros, los inocentes blanquitos?
Esos negros, por lo que vengo viendo, son los morochos, los pobres, los inmigrantes, y principalmente los más peligrosos de todos: Los pueblos originarios.
El que inventó el término "Negro de alma" estaba conectado directamente con los primeros genocidas que pisaron América, que no fueron los exiliados del Tercer Reich, sino los colonizadores.
Ellos trajeron una religión que intentaron imponer a la fuerza y rápidamente decretaron que los nativos eran insalvables. Aunque aceptaran el cristianismo, siempre había una cláusula de los diez mandamientos que los negros de alma que habitaban este continente lleno de oro no cumplían. Sus almas eran casos perdidos. Morochos, y de alma negra.  Ya está. Matarlos, no queda otra.
Si los hombres de la espada y la pólvora lograban convencerse a ellos mismos de que esos seres a los que estaban matando tenían almas tenebrosas y malignas, eliminarlos era casi un acto de piedad. Y robarles sus riquezas y tierras se convertía en un acto de justicia.
Ya lo escuchamos muchas veces: "A estos indios hay que matarlos a todos" / "A estos gauchos hay que matarlos a todos" / "A estos negros hay que matarlos a todos".
Entonces, cuando aparece un tipo mezquino, traicionero, un sujeto cuyas actitudes a todas luces son reprobables, alguien sugiere que es "Un negro de m..." Todos aprueban la definición como si fuera innegable, y si a alguno le suena una alarma interna y se siente un poquito racista, tiene un mantra para acallar esos pensamientos negativos: "Negro, pero de alma".
¡Ah! ¡Haberlo dicho antes! ¡Entonces sí se justifica que lo linchen!
Curioso: Nunca vi el término "Negro de m..." aplicado a alguien rubio...
Ya lo dije: Esto no es un intento de reivindicarnos a nosotros, los morochos. A esta altura de las cosas, poco me importa que me reivindique alguien que tiene la bajeza de insultar a aquellos a quienes les robó sus tierras, a quienes ultrajó durante siglos.
Tampoco escribo esto porque sea yo un justiciero o algo así.
Lo hago simplemente porque escuchar ese tipo de frases me molesta.
Me molesta porque los mismos que dicen querer un país mejor, muestran así su verdadera cara: Lo que dicen es "Los negros (morochos, para poner las cosas en su lugar) representan lo peor de esta tierra. Hay que matarlos y reemplazarlos por gente rubia, que seguramente es mucho más macanuda".
Me molesta porque ya no están los españoles queriendo limpiar esta tierra de "negros", pero sigue habiendo tiranos y emperadores que con mucho gusto los pueden reemplazar.
Me molesta porque soy parte de un país de negros que tiene una bandera por la cual han peleado muchos otros negros y se sostiene por el trabajo de muchos negros más.
Y... sí... hay que aceptarlo: Somos un país que crece a fuerza de sangre de negros. Lo administran mal, lo funden y lo saquean los blanquitos. Pero cuando está convertido en una pelota desinflada, son los morochos, los que no se pueden ir a Europa o Estados Unidos, los que vuelven a poner el hombro para levantarlo.
Espero que quede clara mi opinión...
Si de verdad aman este país como dicen, no usen más el término "Negro de alma", ni ningún otro que se le parezca.
Y si lo hacen, no me miren esperando que les dé la razón, porque no lo puedo hacer.

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domingo, 16 de diciembre de 2012

Dejar de despreciarnos


Hace unos días puse en Facebook la foto que acompaña este post. Un montón de personas me hicieron saber que el lugar les parecía bello. 
Y me costó entenderlo, porque es la calle que lleva a mi casa, retratada después de la lluvia. Para mí es una de las calles más comunes y poco agraciadas del planeta.
Otros, que la ven desde la distancia, no opinan lo mismo.
Y pensando en esa poca valoración que hacemos de nuestras cosas, volví sobre uno de mis tópicos favoritos...

Cuando escucho que Suipacha no crece por culpa de este o aquél político (casi siempre de "este", porque "aquél" pueden ser todos o ninguno) me queda la sensación de que una vez más estamos pateando la pelota afuera.

No estamos dispuestos a hacernos cargo de nuestra responsabilidad en lo que nos pasa.
No digo que no haya cosas para hacer desde lo político.
No digo que no haya un montón de cosas de las que tal vez nos estamos quedando afuera.
Pero sostengo que, igual estamos pateando la pelota afuera. Echarle la culpa a otro es la mejor manera de evitar que las cosas cambien. Si el responsable es él, yo no puedo hacer nada, y entonces no hago nada. Y entonces ninguno hace nada. Y así estamos.
Soñando con los cambios geniales que llegarían si pasa esto o aquello; si viene este o aquél...
Pero cuando soñamos con ese crecimiento del que tanto se habla, esperamos que llegue un mesías político o económico y nos traiga un gobierno sobrenatural que nos regale mucha plata a todos o una megaempresa que por algún motivo crea que este es el lugar más piola para establecerse.
Todo lindo. Muy lindo. Demasiado lindo. Tan lindo que nunca va a pasar, chicos..
Nunca.
Y no va a pasar porque para que otros nos quieran, tenemos que querernos a nosotros mismos.
Para que otros nos aprecien tenemos que dejar de despreciarnos.
Es una cuestión cultural: Tiene que ver con quiénes sentimos que somos. No lo que decimos de la boca para afuera. No hablo de lo políticamente correcto.
Hablo de lo que realmente sentimos.
Y sentimos que no estamos a la altura de Mercedes o Chivilcoy.
Los profesionales allá son mejores. Los artistas de allá cantan, actúan, escriben y dibujan mejor. Los locutores de allá hablan más lindo, y así...
Así pagamos fortunas por servicios similares o inferiores a los locales sólo porque los que los prestan vienen "de otro lado". Conozco gente de múltiples rubros que no cobran en sus ciudades ni siquiera una parte de lo que nos cobran a nosotros.
Vienen felices a facturarnos lo que en sus ciudades no les pagarían ni en broma.
Cómo no habrían de hacerlo, si nosotros les abonamos el plus por no ser de acá (y pensar que hay comunidades que hacen lo opuesto: Si vas a competir con el comercio local, tenés que pagar derecho de piso)
Lo que se produce acá no nos convence.
Creemos, muy en lo profundo y aunque no nos atrevamos a pronunciarlo, que para que esté bien hecho tiene que hacerlo otro.
Nos queremos poco. Nos valoramos menos.
Acudimos a nuestros vecinos cuando no nos queda otra. Los consideramos una opción más económica, un sucedáneo. No nos importa que en muchos rubros tengamos gente más capacitada que Chivilcoy o Mercedes; no podemos verlo porque nos sentimos inferiores. Si contratamos al "muchacho o la chica de acá al lado" lo hacemos regateando por los precios; les pagamos lo menos posible.
Total, es el flaco de acá a la vuelta; qué me puede cobrar...
Para que otros nos aprecien, tenemos que dejar de despreciarnos.
Si la cosecha vino buena y tenemos plata, llamamos a alguien de Mercedes o Chivilcoy.
Daría ejemplos, pero no creo que haga falta.
Digo... 
Hacemos esto y al mismo tiempo nos quejamos de todo lo que logran los pueblos vecinos mientras nosotros seguimos siempre igual.
¿No será que ellos crecen -entre otras cosas- porque se alimentan de nosotros?
Digo...
Por nuestro propio bien... Tenemos que dejar de despreciarnos.


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